Chelo Lendínez

"Solo sonreir es importante, lo demás viene solo" 

La hormiguita mijita

Mijita, es la hormiga más pequeña del hormiguero. Un día, revolcándose en el polen, descubre que tiene superpoderes.

¿Podrá con ellos ayudar a las abejitas que están en peligro?

Mijita no solo combatirá contra los malhechores, sino que también nos enseñará lo importante que es cuidar de la naturaleza.

Ya a la venta

La hormiguita mijita. Peligro en las colmenas

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Chelo Lendínez

Chelo Lendínez

Nací en Ceuta una bonita mañana de junio, mientras los rayos de sol y la brisa del mar cubrían la cama donde mi madre me dio la vida. Era la cuarta de los hermanos.

—¡Qué barbaridad! Nunca he traído al mundo a una niña tan grande—Exclamó Crisanta la matrona, mientras me entregaba a mi abuela Consuelo, para ocuparse de mi madre.

Lo de grande fue verdad en los primeros años, después vino la desilusión, como tantas que desarrollamos pronto, me quede en un metro cincuenta y nueve centímetros.

Fue un trece de Junio, como Gonzalo Torrente Ballester, aunque él cuarenta y ocho  años ante, los dos nacimos en el año del Perro según el horóscopo Chino.

Hace unos años leí que si eres Géminis y perro no te busque otra profesión, porque la de escritor es la tuya.

Pero eso yo no lo sabía cuando empecé a inventarme las primeras historias, ni cuando empecé a estudiar magisterio, o diplomada en puericultura o más tarde técnico auxiliar de enfermería, que fue con la profesión que conseguí tener una pensión de jubilada que me ha dado el sueño de toda escritora,  dinero sin trabajar y una habitación propia.

Como os iba diciendo nací en Ceuta, pero de allí los recuerdos que tengo son las historias que me contaban mis padres, que son muchas, porque esto de ser un contador de historias creo que más lo he heredado de ellos que de la astrología.

Cuando yo tenía dos años y medio nos tuvimos que mudar a Badajoz, mi padre era funcionario de la frontera de Castillejo que era una ciudad española que dejó de serlo para convertirse en un protectorado francés.

Como ya no era de España ya no necesitaba funcionarios españoles, así que nos mudamos a Badajoz, que allí si necesitaban a mi padre, vivíamos en el número treinta y tres de la calle San Sisenando.

Un maravilloso sitio para pasar la infancia, corriendo por las calles sin miedo a que un coche te pillara y con muchos niños por todas partes. Un día salió en el periódico que era la calle con más niños de la ciudad.

Entonces no había móviles y a los peques nos gustaban los tebeos, sobre todo a la hora de la siesta que nos obligaban a estar calladitos. Pero como no empecé a ir al colegio a aprender a leer hasta los seis años, cuando no tenía quien me los leyera, yo me inventaba las conversaciones que tenían Zipi y Zape con D. Pantunflo o Hermenegila con Leovigilda también las de Carpanta, rompetechos o los vecinos de trece rue del percebe. Así empecé a inventar historias, imaginando lo que ponía en los bocadillos de las viñetas.

Cuando nos poníamos malos los cuatro, que solía ser muy a menudo, mis padres juntaban dos camas y mi madre se ponía en medio y allí nos leía los tebeos, sobre todo los del Jabato y los del Capitán trueno.

Un día estando leyendo hubo un terremoto y mi madre le dijo a mi hermana: “Ana mari, no te muevas, que eres muy nerviosa”.

Ana Mari dijo que no se estaba moviendo y mi madre insistía hasta que entró mi padre y nos dijo que había un terremoto.

Entonces nos dimos cuenta que los postigos de las ventanas también se movían y aquello no lo podía estar haciendo mi hermana. Cuando nos asomamos al balcón, la calle estaba llena de vecinos en pijama y algunos envueltos en mantas.

—Esta tiene mucho cuento— oí decir un día a mi abuela cuando pasaba unos días en Cádiz, —es muy fantasiosa, se tenía que meter a actriz.

Lo de que era muy fantasiosa y que me tenía que meter a actriz no fue la única vez que lo oí, parecía que era verdad, lo de que tenía fantasía, porque lo de actriz se me da mal.

Años más tarde un día en el colegio nos mandaron a hacer una redacción, primero la monja nos explicó lo que era, porque aquella palabra era nueva para nosotras. Y cuál fue mi sorpresa que por escribir un poquito, me pusieron un sobresaliente. Con lo que me costaba concentrarme para aprenderme las lecciones, resultaba que por escribir un trocito de media página me ponían un nueve o un diez. Aquello hizo que lo que más me gustara del colegio fuera escribir redacciones. Después poesías y más tarde cuentos.

Había empezado mi carrera de escritora.

Cuando yo tenía diez años y un hermano más, nos mudamos a Málaga, donde nos hemos quedado.

Recuerdo que cuando volvía del colegio entraba en la iglesia de la Asunción y le rezaba al Cristo del Humilladero le pedía que de mayor fuera escritora, y creo que me hizo caso, porque muchos años después, cuando por las noches se hacía el silencio en las plantas del hospital y me quedaba velando el sueño de los pacientes, aprovechaba para escribir relatos. No intentaba publicarlos, pero era una escritora, aficionada eso sí. Cuando le pedía al cristo tenía que haber entrado en detalles.

Un día paseando por la calle vi un anuncio de un curso de escritura y me apunté. Ahí empecé a conocer escritores de verdad. Fue fabuloso. Me di cuenta de que me gustaban las mismas cosas que a ellos y tenía el mismo tipo de emociones. Aunque hay muchos tipos de escritores diferentes, nosotros éramos de los que cuando esta escribiendo se le quitan las ganas de comer y les molesta que los llamen a la mesa.

Después vinieron los libros colectivos, algún que otro premio, hasta que con la edad llegó el mejor regalo ¡por fin tengo tiempo!  Cuando mi marido y yo, por fin estábamos  jubilados, él me dijo que ya era hora de que me tomara en serio lo de escribir y que él haría la compra y la comida. A él le tengo que dar las gracias  de que hora sea  una escritora seria.

Acabo de publicar mi primer libro sola, tengo corregida la segunda entrega del mismo personaje y en corrección una novela para almas juveniles, desde12 a 100 años También están corrigiendo un libro de relatos con mis compañeras del taller. Nos reunimos en la librería Luces todos los jueves. Es el mejor momento de la semana.

En mi vida he hecho muchas cosas, he sido sindicalista, presidenta de dos asociaciones,  del A.M.P.A. ¡ah y de la comunidad!

Estudié Shiatsu y Reiki, practiqué Chi kung, Taichi, Yoga y Meditación Zen.

También he hecho el camino de Santiago y por supuesto hago senderismo. Bueno tengo tantas aficiones que llenaría más de una página poniéndolas.

Aunque últimamente estoy muy centrada en escribir, cuando escribes con profesionalidad tienes poca vida social, el oficio de escritor es muy solitario.

Ahora estoy planteando un libro conjunto con Aliou, un amigo mío que vino a España en patera. Su vida está llena de aventuras y él la está compartiendo conmigo. Serán nuestras historias las que den vida al libro.

Parece, que sin entrar en detalles, mi deseo de niña se ha cumplido.

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