He vuelto a tener un lugar para escribir por Chelo Lendínez. 7 de Noviembre de 2024
He vuelto a tener un lugar para escribir, un metro cuadrado robado a las cajas que han llenado mi salita.
En frente de mí, está, de pie, la encimera del escritorio de mi marido entre la pared y la mesita baja del balcón que pinté de azul, donde he colocado el ordenador. Está mirando a la pared, cómo un niño de mi generación castigado por no hacer las tareas. Por debajo no está pintado, se ve la madera hosca, con números a lápiz con la caligrafía de él. Son las medidas de cuando la cortó, en un tiempo que tenía el trazo firme y ganas de construir cosas. Siempre estaba ideando algo nuevo, tenía una vitalidad imparable, yo también y eso hacía que a veces nuestra convivencia tuviera algún choque. Ahora somos muy tranquilos, ya no estamos ideando cosas nuevas, pero tenemos mucho tiempo para la reflexión y el entendimiento.
Al lado izquierdo de la encimera, hay una estantería con tres baldas. Está repleto de cosas que revisar, distintas, sin orden, porque alguien dijo “de momento lo ponemos aquí”.
Delante, dos sillas de escritorio, una tiene cajas encima, la otra, la que está más cerca de mí, dos mochilas.
Detrás de mí, la impresora; en medio estoy yo, ese es mi pequeño rincón.
Al lado de la impresora una torre de altavoces y delante de ellos, un cubo lleno de flautas. Flautas andinas, valencianas, gallegas, castellanas, turcas, dulce transversales, de barro, de madera de metal de plástico…
Mil formas de reproducir melodías que como guarda espaldas vigilan que no se escapen los recuerdos.
Al lado, cajas y más cajas, ocultan la última lampara que construyó Manolo.
A mi izquierda, un tambor y una caja grande, redonda y con ruedas llena de cables.
Detrás, el sofá, enterrado en objetos; un montón de toallas, dos bolsa de muñecos, y peluches que hasta hace dos meses se iban librando de las limpiezas porque nadie necesitaba usar los altillos donde estaban. Ahora, esperan a que decidamos qué hacer con ellos. Cuando los miro me dan nostalgia. Los peluches me cuentan mi historia, un tiempo lleno de ternura del que me duele separarme porque creo que cuando la muñeca repollo, Timón, Pumba o el Gremlin Gizmo no estén, no volveré a recordar la infancia de mis hijos.
En el lado derecho tengo tres guitarras, una mochila, un ventilador y un montón de cajas de móviles antiguos esperando que un día de estos decidamos qué hacer con ellos.
La orla del bachiller de mi hija, un cuadro que pintó mi hijo, otro que pintó mi sobrina para mi madre, con seis años. Ahora está esperando gemelas. Y detrás, entre el baúl que sostiene el televisor y la pared, un poster de los Beatles enmarcado que también fue castigado
No tengo una habitación propia. Mi hijo, con su familia, ha vuelto a casa y ha ocupado los rincones que nos habíamos repartido Manolo y yo.
No. No tengo una habitación propia, pero tengo un precioso metro cuadrado rodeado de recuerdos.