El Olor por Chelo Lendínez. 17 de Octubre de 2024
Fue el olor lo que me despertó. Abrí los ojos, había un rayo entrando por una rendija. No sabía dónde estaba, no era un momento de esos en los que duermes fuera de tu cama y tardas unos segundos en reubicarte, realmente no entendía qué sucedía. A pesar de eso, en ese momento lo único que me alteraba era el olor. A polvo, a rancio, a humedad, a sudor agrio… todo estaba concentrado en un cóctel del que podía distinguir los matices bajo una arcada.
Saqué la mano para apartar la manta y sentí cómo los cartones rígidos que me cubrían se alzaban y golpeaban a los que se apoyaban en el muro, haciendo caer las paredes de aquella imaginaria habitación que me separaba de la luz. Cerré los ojos con fuerza y noté, en el rostro, la tensión de la piel seca. Alcé el brazo y tapé el sol. Entonces vi que estaba durmiendo bajo un puente, alejada del agua, en la zona de inundaciones que ahora estaba seca.
Agradecí que el suelo oliera a bosque, siempre me gustó, pero yo estaba dentro de una armadura pestosa de la que no me podía deshacer.
No me preguntaba cómo había llegado hasta allí, estaba claro que aquella suciedad no era de una noche, ni de dos, ni de una semana. No me acordaba de nada, una aparte de mi vida había desaparecido de mi memoria por completo y, aun así, solo me preguntaba cómo podía lavarme. Estaba a punto de vomitar. Miré hacía el rio. Venía turbio, pero seguro que más limpio que yo. Si encontraba una orilla accesible, podría hacerlo.
Me volví para buscar en mi entorno, estaba rodeada de cosas viejas y sucias, una cartera llena de monedas y poco más, pero nada de lo que buscaba. Ni ropa limpia, ni jabón. Pensé en los juncos que había junto al agua, podía hacer un estropajo y quitarme la capa de suciedad, llegué a la orilla y me desnudé, tenía frio, pero no me importó, haciendo un esfuerzo me restregué, una y otra vez, aquella capa de mugre que me cubría entera.
“¿Y el pelo? Barro, el olor a barro es mejor que esto” me dije. Estuve restregándome durante un buen rato, el mismo que tardé en enjuagármelo.
Sí, ahora olía mejor. Estaba temblando, miré la ropa que me había quitado: camiseta, camisa, jersey fino, jersey grueso, un pantalón, una falda, un abrigo, unas bragas repulsivas… ¡Todo lo llevaba puesto! El jersey grueso parecía lo menos repelente. Sin embargo, al acercármelo a la cara decidí dejar que me secara el aire.
Tenía que volver a ponerme aquello y oler de nuevo a podredumbre. De nada había servido aquel baño frío, estaba helada.
Miré la tierra oscura con aroma a bosque, tal vez aquello me ayudara. Descarté las bragas y la camiseta. Escarbé un hoyo, metí la ropa y empecé a amasarla con la tierra, con el mismo interés que recordaba haber amasado el pan. Cuando el frío me pudo, la sacudí. Alrededor había tomillo e hinojo, lo restregué por la ropa, por el cuello, pero, sobre todo, me lo restregué por debajo de la nariz.
De nuevo me vestí. Ahora ya podía empezar a pensar.
Taller de escritura creativa Kreadores librería Luces 7º curso. Por Laura Santiago.
Ejercicio de clase sobre corrección de un escrito anterior. Relato corto curso 21- 22